En definitiva: para acceder al acto sexual ella no puede quedar en reserva ni "en el depósito", a la manera del puro valor de cambio sino que debe, más bien, entrar en un mercado regulado por la castración como única garantía para la posibilidad del acto. Es, por fin, en esa posición dual -de árbitro del don y afectada por la castración- que la mujer entra en el acto sexualy deviene aquello de lo que se goza en la posición llamada -por Lacan- de la homelle.
Si nos dirigimos, ahora, sobre la cuestión del macho nos encontramos con que el sujeto, bajo la forma de su soporte: el a, se mide en relación con la unidad sexo y con que si existe algo del orden de un valor de goce es en la medida en que, entre a y el Uno del sexo media algo valuado (- phi).
También hemos supuesto que este orden de cosas constituye el complejo de castración que -complicado, además, por el hecho de que la prohibición del autoerotismo sobre un órgano preciso pone al sujeto en al vía del intercambio-determina qué, para el sujeto, el "se goza" subjetivo se convierta en un "se goza de" objetivo. La prohibición promueve, pues, a la mujer como objeto de goce lo que ocurre, como ya hemos dicho, en estrecha dependencia de lo que ella esté dispuesta a arbitrar como don.
Claro que, como necesario correlato, debemos hablar de la "ficción macho". En efecto, por tal ficción, el "hombrecito" cree que hay uno que tiene el falo y que ese uno, porque lo tiene, lo es al tiempo que, por serlo, tiene lo que es. La "ficción macho" se basa, pues, en la creencia de que si se tiene el falo se es el falo y, por ello, se tiene a la mujer. Pero no es así sino más bien al contrario: se tiene lo que se no se es por lo que, a la tenencia fálica, se opone el valor homelle de la mujer; sólo ella por no tenerlo puede -no sin llevar sobre si la marca de la castración- tomar el valor de falo.
Alberto Franco. Acerca de la lógica del fantasma, de Lacan. 2a. Ed. Letra Viva. 2011. Buenos Aires. Págs. 108-109.
Escribir nunca consiste en perfeccionar el lenguaje corriente, en hacerlo más puro. Escribir comienza sólo cuando escribir es la aproximación a ese punto donde nada se revela, donde, en el seno de la disimulación hablar aún no es sino la sombra de la palabra, lenguaje que sólo es su imagen, lenguaje imaginario y lenguaje de lo imaginario, lenguaje que nadie habla, murmullo de lo incesante y de lo interminable al que hay que imponer silencio, si se quiere al fín hacerse oír.
Al mirar las esculturas de Giacometti aprece un punto en el que ya no están sometidas a las fluctuaciones de la apariencia ni al movimiento de la perspectiva.Se las ve absolutamente, no ya reducidas sino sustraídas a la reducción, irreductibles y, en el espacio, dueñas del espacio por el poder que tienen de sustituir la profundidad no manejable, no viviente: la profundidad de lo imaginario. Este punto, desde el que las vemos irreductibles, nos coloca a nosotros mismos en el infinito; en este punto, aquí coincide con ninguna parte. Escribir es encontrar ese punto.
No escribe quien no haya obligado a su propio lenguaje a mantener o suscitar contacto con ese punto.
(.)
Maurice Blanchot. El espacio literario. Cercanía del espacio literario. El punto central.
El lenguaje que se decide utilizar para definir el texto no es indiferente, pues corresponde a la teoría del texto poner en crisis toda enunciación, inclusive la propia:la teoría del texto es inmediatamente una crítica de todo metalenguaje, una revisión del discurso de la cientificidad, y con ello reivindica una verdadera mutación científica, pues anteriormente las ciencias humanas nunca habían puesto en duda su propio lenguaje, al que consideraban como un simple instrumento o una pura transparencia. El texto es un fragmento de lenguaje situado él mismo en una prespectiva de lenguajes.Comunicar un saber o una reflexión teórica sobre el texto supone por lo tanto participar, de una manera o de otra, de la práctica textual.
................
El análisis textual tiende a sustituir la concepción de ua ciencia positiva, que ha sido la de la historia y la crítica literarias, y que es aún la de la semiología, por la idea de una ciencia crítica, es decir, de una ciencia que pone en duda su propio discurso.
Este principio metódico no obliga forzosamente a repudiar el trabajo de las ciencias canónicas de la obra (historía, sociología, etc.) pero conduce a utilizarlas parcialmente, libremente, y sobre todo relativamente.
................
he aquí en suma lo que pide la teoría del texto: el sujeto del análisis(el crítico, el filólogo, el sabio) no puede creerse, en efecto, sin mala fe y con la conciencia limpia, exterior al lenguaje que describe; su exterioridad es solamente provisional y aparente: él también está en el lenguaje, y necesita asumir su inserción, por muy "riguro" y por muy "objetivo" que pretenda ser, en el triple nudo del sujeto, el significante y el Otro, una inserción que la escritura (el texto) realiza plenamente, sin recurrir a la hipócrita distancia de un metalenguaje falaz: la única práctica que funda la teoría del texto es el texto mismo. Veamos su consecuencia: lo que caduca es, en suma, toda la "crítica" (como discurso sostenido "sobre" la obra);si un autor es conducido a hablar de un texto pasado, solamente puede hacerlo produciendo él mismo un nuevo texto(entrando en la proliferación indiferenciada del intertexto): ya no hay críticos, solamente hay escritores. Podemos precisar más aún: por sus principios mismos, la teoría del texto no puede producir más que teóricos o practicantes (escritores), y de ningún modo "especialistas" (críticos o profesores); por lo tanto, ella misma participa, como práctica, de la subversión de los géneros que estudia como teoría.
................
se trata de una práctica fuertemente trangresora en relación con las principales categorías que fundan nuestra socialidad corriente: la percepción, la intelección, el signo, la gramática e incluso la ciencia
Como es sabido, el muro llama a la escritura: en la ciudad, no hay una pared sin graffitti. De algún modo, el soporte mismo detenta una energía de escritura, es él quien escribe y esa escritura me mira: no hay nada más mirón que un muro escrito, porque nada se mira ni se lee con mayor instensidad;
la palabra del mísitco se cumple, la distinción gramatical de la activa y la pasiva es abolida: "El ojo por el que veo a Dios es el mismo ojo por el que me ve" (Angelus Silesius). Nadie ha escrito en el muro, y todo el mundo lo lee. Por eso, emblemáticamente el muro es el espacio tópico de la escritura moderna.
Roland Barthes. Variaciones sobre la escritura. El Muro. Editorial Paidos.