En definitiva: para acceder al acto sexual ella no puede quedar en reserva ni "en el depósito", a la manera del puro valor de cambio sino que debe, más bien, entrar en un mercado regulado por la castración como única garantía para la posibilidad del acto. Es, por fin, en esa posición dual -de árbitro del don y afectada por la castración- que la mujer entra en el acto sexual y deviene aquello de lo que se goza en la posición llamada -por Lacan- de la homelle.
Si nos dirigimos, ahora, sobre la cuestión del macho nos encontramos con que el sujeto, bajo la forma de su soporte: el a, se mide en relación con la unidad sexo y con que si existe algo del orden de un valor de goce es en la medida en que, entre a y el Uno del sexo media algo valuado (- phi).
También hemos supuesto que este orden de cosas constituye el complejo de castración que -complicado, además, por el hecho de que la prohibición del autoerotismo sobre un órgano preciso pone al sujeto en al vía del intercambio- determina qué, para el sujeto, el "se goza" subjetivo se convierta en un "se goza de" objetivo. La prohibición promueve, pues, a la mujer como objeto de goce lo que ocurre, como ya hemos dicho, en estrecha dependencia de lo que ella esté dispuesta a arbitrar como don.
Claro que, como necesario correlato, debemos hablar de la "ficción macho". En efecto, por tal ficción, el "hombrecito" cree que hay uno que tiene el falo y que ese uno, porque lo tiene, lo es al tiempo que, por serlo, tiene lo que es. La "ficción macho" se basa, pues, en la creencia de que si se tiene el falo se es el falo y, por ello, se tiene a la mujer. Pero no es así sino más bien al contrario: se tiene lo que se no se es por lo que, a la tenencia fálica, se opone el valor homelle de la mujer; sólo ella por no tenerlo puede -no sin llevar sobre si la marca de la castración- tomar el valor de falo.
Alberto Franco. Acerca de la lógica del fantasma, de Lacan. 2a. Ed. Letra Viva. 2011. Buenos Aires. Págs. 108-109.
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