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viernes, 21 de marzo de 2014

Maurice Blanchot / Giacometti /

Escribir nunca consiste en perfeccionar el lenguaje corriente, en hacerlo más puro. Escribir comienza sólo cuando escribir es la aproximación a ese punto donde nada se revela, donde, en el seno de la disimulación hablar aún no es sino la sombra de la palabra, lenguaje que sólo es su imagen, lenguaje imaginario y lenguaje de lo imaginario, lenguaje que nadie habla, murmullo de lo incesante y de lo interminable al que hay que imponer silencio, si se quiere al fín hacerse oír.




Al mirar las esculturas de Giacometti aprece un punto en el que ya no están sometidas a las fluctuaciones de la apariencia ni al movimiento de la perspectiva. Se las ve absolutamente, no ya reducidas sino sustraídas a la reducción, irreductibles y, en el espacio, dueñas del espacio por el poder que tienen de sustituir la profundidad no manejable, no viviente: la profundidad de lo imaginario. Este punto, desde el que las vemos irreductibles, nos coloca a nosotros mismos en el infinito; en este punto, aquí coincide con ninguna parte. Escribir es encontrar ese punto.


 


No escribe quien no haya obligado a su propio lenguaje a mantener o suscitar contacto con ese punto.



(.)

Maurice Blanchot. El espacio literario. Cercanía del espacio literario. El punto central.

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