Al mirar las esculturas de Giacometti aprece un punto en el que ya no están sometidas a las fluctuaciones de la apariencia ni al movimiento de la perspectiva. Se las ve absolutamente, no ya reducidas sino sustraídas a la reducción, irreductibles y, en el espacio, dueñas del espacio por el poder que tienen de sustituir la profundidad no manejable, no viviente: la profundidad de lo imaginario. Este punto, desde el que las vemos irreductibles, nos coloca a nosotros mismos en el infinito; en este punto, aquí coincide con ninguna parte. Escribir es encontrar ese punto.
No escribe quien no haya obligado a su propio lenguaje a mantener o suscitar contacto con ese punto.
(.)
Maurice Blanchot. El espacio literario. Cercanía del espacio literario. El punto central.
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